lunes, 17 de julio de 2017

La cama de los cuentos 2

          


          

          Las dos hormigas Ortiga y Espiga iban de nuevo por ese camino lleno de colores, las flores lucían más brillantes porque ahora estaban en plena primavera. 

          Habían dejado atrás una aventura llena de emociones y se disponían ir a casa, a la cual hacía mucho tiempo que no iban. Seguramente sus familiares estarían preocupados por ellas.


          De pronto vieron cómo a lo lejos parecía que se movía las flores, pero no hacía viento. 


          Eran otras hormigas que venían en fila haciendo zigzag y cada una llevaba una hoja, la cual era cinco veces su tamaño. Decidieron seguirlas para ver dónde se dirigían. Al cabo de un buen rato vieron un gran montículo, que las hormigas esquivaron en un gran rodeo. Era una colonia de termitas y en lo más alto había varios soldados de grandes cabezas y más grandes aún sus mandíbulas, capaces de arrancar de cuajo la cabeza de una hormiga. Notaron que habían tomado más velocidad para que no se percataran de su presencia.


          - ¿Qué hacemos, nos vamos para casa o la seguimos para ver dónde van? - dijo Espiga a Ortiga. 


          - ¡Vamos a seguirlas! - dijo Ortiga.


          La fila de hormigas que transportaban esas hojitas se metieron en un agujero en el que también había dos hormigas soldados en la entrada,  una a una iban desapareciendo.


          - Esta situación me recuerda un poco a la aventura anterior, en la que en la puerta del castillo había dos centinelas - dijo Ortiga. 


          Como no estaban bien escondidas fueron vistas por los centinelas que les dijeron: 


          - ¡Eh, vosotras! ¿Qué hacéis ahí? ¡Venid aquí!


          Llegaron donde estaban las dos hormigas soldados en la puerta y dijeron:


          - ¡Hola, somos Ortiga y Espiga, pero no pertenecemos a vuestro hormiguero!


          Bueno, si venís en son de paz, podéis entrar y así conoceréis cómo funcionamos dentro.


          Así lo hicieron, entraron y fueron recibidas por una hormiga joven, que era la que tenía que saber todo lo referente al refugio.


          - ¡Pasad, pasad! - dijo Hana -


          - Como podéis ver todo son pasadizos perpendiculares y galerías laterales, tenemos hecho los túneles a distintos niveles para que cuando llueva no se inunde el hormiguero, hay cámaras de crías o larvas que son alimentadas y aseadas por las hormigas obreras, también tenemos cámaras para almacenar comida, tenemos cuartos de estar, cuartos de baño y hasta un basurero que está cercano a la superficie. También hay una gran sala en la que vive nuestra reina, la cual está constantemente poniendo huevos.


          - Sí, en nuestra colonia también es lo mismo - dijo Ortiga.


          - Por cierto, tenemos que irnos porque nuestros padres estarán preocupados por nosotras, hace mucho tiempo que no volvemos a casa.


          Hana les acompañó hasta la salida a través del laberinto de túneles, en el que cualquiera que no supiese el camino se perdería fácilmente.


          - Gracias por enseñarnos vuestra casa. ¡ Adiós!


          De nuevo estaban otra vez camino a casa, hablando de lo que les había pasado - que eran muchas cosas - el camino iba a ser largo, se guiaban de los árboles, los cuales sus ramas siempre crecen más mirando al sur y su casa estaba al norte, donde el musgo crecía por ser zona más sombría y húmeda. Treparon por un árbol por si podían ver el sol a través de las ramas para así poder orientarse aún mejor. Llegaron casi a la copa del árbol y vieron a lo lejos que algo se movía, era como una gran mancha negra móvil. Pero no podían ser las hormigas obreras porque era demasiado lejos y además era mucha la extensión que cubría y todo desaparecía. 


          Se miraron una a otra pensando lo mismo y gritaron las dos a la vez: 


          - ¡¡ Marabuntaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa !!

   
           Bajaron del árbol a toda prisa y corrieron lo más que pudieron para avisar a la colonia de Hana, no había tiempo que perder, dentro de poco tiempo todo podría desaparecer, la marabunta arrasa con cualquier cosa a su paso; por donde pasa no vuelve a crecer en mucho tiempo.

          Llegaron con las antenas arrastrando por el suelo y casi sin poder  hablar del tremendo esfuerzo que habían hecho. 


          Cuando llegaron a la puerta del hormiguero alertaron a las hormigas soldados de lo que vieron; del peligro que corrían todos, ellas incluida.


          De unas a otras se iban diciendo lo que pasaba y en cuestión de un minuto ya lo sabía todo el hormiguero el cual alertaban a otras colonias.


           A nadie le daría tiempo de huir porque la marabunta avanza más rápido y por mucho que corrieran o se escondieran no tendrían salvación.


                Las reinas de todas las colonias se reunieron urgentemente para poder trazar un plan de defensa. Pidieron ayuda a las avispas y a las termitas que aunque eran enemigas, más lo era la marabunta que acabarían con todos si no se unían y dejaban a un lado sus rencillas. 


          Sabían que el punto débil de la marabunta era el fuego o el hielo. 

   
          Espiga y Ortiga estaban atentas de todo lo que pasaba y preparadas para lo que hiciese falta, cuando de pronto escucharon un gran ruido que venía del cielo miraron hacia arriba y vieron a Abelardo que en ese momento pasaba por allí.

          ¡ Abelardoooooooooooooooooo ! - gritaron las dos al mismo tiempo.


          Abelardo, que a pesar del ruido que hacían sus grandes alas, tenía muy buen oído, las oyó y rápidamente voló hacia ellas.


          - Hola amigas, ¿qué pasa?


          En menos de un minuto Ortiga y Espiga pusieron al corriente a Abelardo la situación. 


          Rápidamente Abelardo fue en busca de otros abejorros y en muy poco tiempo se presentó con un ejército.


          Al juntarse todas las colonias eran millones las hormigas. Dieron la orden que las de grandes mandíbulas cogieran piedras que al chocar saltaran chispas, así pudieron hacer el fuego que extendieron a un kilómetro de ancho, al mismo tiempo que las obreras hacían un gran cortafuego a la misma anchura, para que el fuego no fuera hacia ellas.


           El ejército que trajo Abelardo se pusieron en el cortafuegos y moviendo rápidamente sus alas hicieron que el fuego fuera hacia la marabunta, que iban quemándose por miles.

                     A las soldados termitas se las mandó al lago helado para que con sus grandes mandíbulas cortaran el hielo y así poder hacer trozos, los cuales los ponían en grandes hojas que muchas avispas cogían y sobrevolaban hacia el centro de la marabunta donde estaba la reina, pensaban que acabando con ella se retirarían. 

         Mientras que el fuego hacía su trabajo haciendo retroceder a los enemigos, el cielo se llenaba de avispas llevando el arma mortal contra la marabunta, soltando los cubitos de hielo en el centro de la gran mancha negra donde la reina estaba protegida por una legión de soldados, era como un bombardeo, las que soltaban su carga volvían a por más y eran miles.


          Hasta que se abrió el centro y se quedó al descubierto la gran reina, que era 50 veces el tamaño de las demás, entonces las avispas concentraron todo el hielo que llevaban hacia ella. 


          Así pudieron derrotarla y ganar la batalla. Entre el fuego y el hielo acabaron con casi todos. Los pocos que quedaron cogieron el cuerpo de su reina y se la llevaron.


          ¡ Ganamosssssssss ! ¡ Hemos vencidoooooo ! - gritaban todos.


          Ahora quedaba apagar el fuego rápido.


          Volvieron a reunirse el consejo de reinas y acordaron en hacer un gran cortafuego alrededor y así pudiera arder solamente lo que ya estaba ardiendo y que no se extendiera.


          Al mismo tiempo las avispas seguían transportando los cubitos de hielo, pero esta vez los echaban al fuego, y como eran miles y miles de cubitos, poco a poco se iba apagando. Al cabo de tres días se apagó completamente.


          Ortiga y Espiga estaban alucinadas de lo que habían presenciado; No daban crédito a sus ojos; nunca pensaron que iban a poder vencer a la marabunta; que todos iban a morir.


          Cuando ya pasó todo, cuando ya no hubo peligro alguno, se reunieron todas las reinas de todas las colonias, incluídas las reinas de las termitas y de las avispas. Acordaron que habría un mes de fiesta por la victoria y que de ahora en adelante vivirían en paz entre ellas.


          Ortiga y Espiga se despidieron de Hana, de Abelardo y de todos, agradeciendo la buena acogida que tuvieron con ellas.


          Y de nuevo emprendieron el camino hacia su casa. 


          Iban hablando de todo lo que les había pasado, no se iban a creer en su colonia todas las aventuras que habían  tenido.


          El camino volvía a llenarse de flores de colores...






          

         




     
































 

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